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EL SUEÑO

Había soñado toda la noche con Alex, imaginando que estaban a la orilla del mar, contemplando el atardecer, las manos unidas sobre el regazo y las cabezas juntas, en silencio, llenándose los ojos de luz. Cada tanto una gaviota cruzaba la imagen llevada por el viento para descender en la orilla, junto a un grupo de compañeras que buscaban alimento. 
De pronto, el cielo comenzó a oscurecerse y un viento frío se adueño del lugar; las gaviotas levantaron vuelo y se perdieron en el horizonte y, como ocurre solo en los sueños, en donde todo se transforma y lo que es una cosa se convierte en otra, Malme se halló abrazado a un poste de madera clavado en la arena con la cabeza recostada contra él.
A lo lejos, un caballo cruzaba la playa al galope tendido con las crines al viento; Malme lo siguió con la mirada y se vio reflejado en el animal, pero sus ojos ya no lo miraban sino que veían cómo la playa corría bajo sus pies; miraba a través de los ojos del corcel, ¿pero, era solo eso? No, de alguna forma, él era el caballo ahora.
La furia del galope se intensificó y la playa se transformó en tierra, en caminos sinuosos bordeados de álamos; la oscuridad quedó opacada por los rayos del sol y los árboles se hicieron altos y de gruesos troncos, habían crecido tanto que parecían llegar hasta el cielo tapando la luz con sus copas. El corcel salió a un sendero que se dibujaba entre los árboles y se detuvo unos instantes para olfatear el aire.
De su boca y nariz salía humo por el calor del cuerpo y la agitación en la respiración. Alzó la cabeza y continuó su loca carrera avanzando como poseído por una visión que lo atormentaba.
El sendero terminaba en un claro, hacía demasiado calor, la sudoración empapaba el lomo del animal dando un color azulado a su pelaje por efecto de la luz.
Recorrió el lugar nervioso, se alzó de manos y continuó la carrera por donde había venido; la velocidad fue aumentando tanto que parecía no tocar el suelo con las patas, de hecho no lo tocaba, volaba, pero no con la forma de caballo, sino de un águila real, un ave de un metro y medio de envergadura, que surcaba el aire planeando sin esfuerzo.
La visión aguda del ave no perdía detalle de lo que sucedía a su alrededor: abajo, una manada de lobos cruzaba un arroyo persiguiendo un ciervo colorado y más adelante, a su misma altura, otra águila de igual porte, volaba describiendo grandes círculos. Se dejó llevar por la corriente de aire cálido que ascendía y planeando se alejó del lugar para descender sobre una rama gruesa en lo alto de un pino seco; atardecía y con la oscuridad cesaron las imágenes.

Extraído de AKASHA - Capítulo 4 - "Videncia"